Del 2 al 4% de las emisiones de gases de efecto invernadero del planeta. Según varios estudios, esta es la huella ecológica de lo digital. En el peor de los casos, equivale a duplicar las emisiones globales del transporte aéreo. «Los centros de datos y las redes de datos juntos consumen entre el 2% y el 2,5% del consumo mundial de electricidad», medido por la Agencia Internacional de Energía (AIE). Las infraestructuras digitales consumen entre 200 y 250 teravatios hora (TWh) al año, o el equivalente a la mitad de la producción nuclear anual de Francia. Un informe del Senado calcula que las emisiones digitales en Francia alcanzaron los 15 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) por año en 2019, o el 2% de las emisiones totales de Francia. Raja Koduri, uno de los máximos ejecutivos del gigante estadounidense Intel, advierte que un universo virtual accesible a miles de millones de personas requerirá una potencia informática mil veces mayor que la actual.
Lo digital, y con mayor razón las nuevas tecnologías, no funcionan de forma aislada. Necesitan receptores y transmisores para que los datos que recopilan sean utilizables. Estos terminales de todo tipo (smartphones, ordenadores, cámaras inteligentes, paneles solares, drones, robots conectados, etc.) son caros de producir para el planeta. Requieren la extracción de metales, semiconductores y materiales raros, no sin causar un daño ambiental significativo. En Europa, si bien ciertos estudios evalúan su presencia, los estados, apoyados por importantes colectivos de ciudadanos, se niegan por el momento a explotar su subsuelo.
En Francia, los ministros y parlamentarios parecen ser conscientes del problema. En enero de 2022 acaba de entrar en vigor un sistema regulatorio. En la agenda: promover el crecimiento verde, erradicar la obsolescencia programada y sensibilizar a los actores y usuarios de las nuevas tecnologías. Con un objetivo simple: lograr la neutralidad de CO2.
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