PARARSE
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Ni la grandeza ni la mitología pueden sublimar la tortura y la matanza de un animal que tiene que defenderse a pesar de las despiadadas heridas infligidas, dice el escritor Jean-Baptiste del Amo.
Recuerdo que sucedió durante mi infancia en el suroeste de Francia que mi padre, nacido en España y naturalizado francés, y mi abuelo materno asistían juntos a las corridas de toros. A la vuelta me hablaron de la belleza y la fuerza del espectáculo, del mérito del torero, de la valentía del toro. A mi modo de ver, la tauromaquia ya no era más que un entretenimiento bárbaro, que nada tenía que ver con el “espíritu del Sur”, una tradición anacrónica, que apelaba a una herencia española que había que respetar en nombre de cierta fidelidad a nuestra estirpe. .
Lo repiten los aficionados para quién mejor: el toreo es ante todo una cuestión de arte y tradición. Mientras que el código penal castiga la crueldad con los animales, la tauromaquia se beneficia de una excepción legal en nombre de un «tradición local continua».
Sin embargo, y aun asumiendo el único principio de que debe conservarse una tradición contraria a la ética y a la evolución de nuestras sociedades por el mero hecho de
«Experto en música. Amante malvado de la cultura pop. Creador sin disculpas. Amigo de los animales en todas partes».