“Mi tatarabuelo sabía muy bien que lo iban a matar”, dijo a ABC María del Pilar Espinosa de los Monteros hace dos años. El 8 de marzo de 1921 todo sucedió muy rápidamente. La Puerta de Alcalá tenía entonces casi 150 años, pero no fue la primera ni la última vez que presenció los horrores desde su atalaya de piedra. Dos días antes, el tres veces presidente del gobierno de la Restauración, Eduardo Dato, había cenado con el rey Alfonso XIII para informarle de las amenazas a las que se enfrentaba. Luego acudió a Antonio Maura en el Senado para decirle que estaba cansado y que dimitiría del cargo.
Acordaron hablar a la mañana siguiente, pero la reunión nunca se llevó a cabo. Durante la noche, el vehículo que trasladó a Dato desde el Senado hasta su domicilio llegó a la Puerta de Alcalá a las 20.00 horas. Al frenar para tomar la calle Serrano, por detrás llegó una moto con sidecar que transportaba a tres hombres vestidos con monos de trabajo. Sin que el conductor tuviera tiempo de reaccionar, dos de ellos ametrallaron el coche a quemarropa y luego se hicieron a un lado para disparar dos tiros más contra el presidente.
Todavía se pueden ver varios impactos de proyectiles en las paredes de la Puerta de Alcalá, para recordar a los madrileños este desafortunado asesinato y la desastrosa historia de España. Los anarquistas dispararon tantas balas que algunas no dieron en el cuerpo ni en el vehículo, sino en el imponente monumento. Allí quedaron para siempre las heridas, que no fueron cubiertas en esta última restauración, como otras sufrieron durante la Guerra de la Independencia, durante la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823, y durante la Guerra Civil.
No fue hasta la época de Juan Barranco, alcalde de Madrid entre 1986 y 1989, que se barajó la posibilidad de repararlos, pero nunca se llevó a cabo. Ganaron quienes eran partidarios de dejarlos al descubierto como testimonio de los hechos que presenciaron este Monumento Histórico y Artístico de Carácter Nacional y de Interés Cultural, tal como se hizo con las marcas de los disparos del 23-F en el Congreso de los Diputados. En 2021, durante la pandemia, volvió a surgir un movimiento a favor de una retoma de este punto, con el objetivo de devolver a este emblema de Madrid todo el esplendor de las fachadas diseñadas por Francesco Sabatini en el último tercio del siglo XVIII, pero aún cuando volvió a triunfar sobre la otra corriente.
Guerra de Independencia
Aún podemos ver los rasguños de aquel fatídico 2 de mayo de 1808 cuando Napoleón quiso conquistarnos. La Puerta de Alcalá fue dañada tres veces por los franceses. El primero de ellos, en aquel primer día heroico de los madrileños, del que contó Benito Pérez Galdós en sus “Episodios Nacionales”: “¡No había más voces que las armas, las armas, las armas! Los que no gritaban en las calles gritaban en los balcones. Y si un momento antes la mitad de los madrileños sólo sentían curiosidad, tras la aparición de la artillería todos eran actores.
Durante el famoso levantamiento espontáneo contra las tropas francesas lideradas por el general Murat, que recientemente había invadido la capital, tuvo lugar una de las batallas más encarnizadas justo al pie del monumento ahora restaurado. En las murallas de Retiro, a pocos metros, fueron fusilados numerosos patriotas. Y el 3 de diciembre del mismo año, los soldados de Bonaparte transformaron la zona de la Puerta de Alcalá en uno de los frentes más difíciles de la guerra, habiendo luchado y ganado la Batalla de Somosierra unos días antes. En la piedra también quedaron los agujeros creados por la artillería invasora durante esta escaramuza.
Sin prácticamente paz, quince años después, en 1823, la Puerta de Alcalá volvió a ser escenario de un nuevo ataque de las tropas francesas, durante la invasión de España por los Cien Mil Hijos de San Luis. Una conquista que acabó con la Batalla de Trocadéro, en Puerto Real, Cádiz, donde un ejército monárquico compuesto por soldados franceses y españoles, en apoyo al absolutismo de Fernando VII, se enfrentó a un pequeño grupo de liberales. A su paso por Madrid, estos últimos defensores de la Constitución de 1812 cavaron trincheras en la calle de Alcalá y volvieron a intercambiar disparos con el enemigo, dando como resultado el monumento. Y no fue el último…
Como no había otro camino, los muros de la puerta principal de la capital aún muestran las heridas de la guerra civil. Durante los tres años que duró el asedio de Madrid por parte de los franquistas, numerosos disparos de la artillería apostada frente a la Casa de Campo impactaron en el monumento. Especialmente contra la fachada exterior. No debemos olvidar que la Gran Vía, a menos de cien metros, era conocida popularmente como Avenida de los Obuses.
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