Pablo Casado, el líder del Partido Popular Español, todavía no lo puede creer. Pasó del puesto de apuesto líder de la oposición a paria dentro de su propia formación en menos de quince días. «Puede que haya hecho las cosas mal, pero no he hecho nada malo», trató de argumentar a los miembros de su partido. En vano.
La reunión de urgencia con el jefe del PP acabó en linchamiento. Toda la cuestión era decidir si aterrizar en el lugar o no. Finalmente se le concedió un indulto, el momento de organizar un congreso extraordinario para gestionar su sucesión lo antes posible, el 2 de abril.
Este gran revuelo se produce en un momento complicado para el Partido Popular, desestabilizado por el empuje de Vox. La formación ultraderechista está capitalizando la bonanza, mordisqueando un poco más el margen más conservador del PP con cada elección.
Las elecciones autonómicas de Castilla y León del 13 de febrero son otro ejemplo de ello. Le dieron 13 escaños a Vox -frente a solo 1 hasta ahora- y obligarán al «pueblo» a trabajar unido para mantener al gobierno en uno de sus baluartes más antiguos.
Bajo los abucheos de los militantes
Pablo Casado es apartado bajo los abucheos de los militantes de su partido. Este último se reunió bajo las ventanas del PP durante varios días seguidos para reclamar su cabeza. ¿De qué lo acusamos? Intentando actualizar las jugosas comisiones de las que se habría beneficiado el hermano del presidente de la Comunidad de Madrid en un contrato del Gobierno. Este último tendría 286.000 euros en el bolsillo, o casi el 20% del total de un contrato (1,5 millones de euros). La región se lo había asignado a uno de sus amigos de la infancia a través de la vía urgente para la compra de mascarillas en China, al inicio de la pandemia.
«Salvo que sea ilegal o no, la cuestión es si es comprensible que el 1 de abril de 2020, cuando murieron 700 personas en España, pudieras contratar a tu propia hermana y sacar 300.000 euros de beneficio para fabricar mascarillas para vender», se preguntaba Pablo Casado durante una entrevista radiofónica hace diez días, asegurando que la ética dentro del partido había sido suficientemente mancillada por la corrupción en la época de su antecesor, Mariano Rajoy.
Pero su operación con las manos limpias fue abortada, ahogada en una atmósfera de ajuste de cuentas y sospechas cruzadas. Ondeando la moral, la presidenta autonómica, Isabel Díaz Ayuso, denunció el espionaje interno que sufrió y el comportamiento «cruel» del partido con ella y su familia. «Es doloroso que sean los líderes de tu partido los que quieran destruirte en lugar de apoyarte», protesta.
Se vio a sí mismo como un justiciero.
Está en su mejor papel, el de víctima. Para sorpresa de Pablo Casado, se gana el favor del público. Él se veía a sí mismo como un justiciero, ella lo presentaba como un agresor, aunque reconoció de boquilla que a su hermano le habían encomendado la tarea en cuestión.
Mientras los partidarios del PP estaban encendidos y retomaban la causa del presidente de la Comunidad de Madrid, los líderes del partido se movilizaron desastrosamente para evitar la ruptura y detener la debacle lo antes posible. Para ellos, el enfrentamiento equivaldría a una rivalidad mal digerida.
Isabel Díaz Ayuso consiguió la mayor victoria del partido en mucho tiempo, en las elecciones autonómicas de mayo de 2021. Su populismo, su descaro y su tono provocador con tintes trumpistas atraen. Atrae a votantes que de otro modo votarían por Vox. Entonces, ¿podemos privarnos de él? Está todo visto. Uno a uno, los familiares de Casado se dieron por vencidos. Incluso aquellos que lo vitorearon el día anterior lo han abandonado, reclamando públicamente su cabeza. Ella ganó. El famoso contrato ya no está.
Todo apunta a que es el gallego Alberto Núñez Feijóo, conocido como moderado, quien debería sucederle en el próximo congreso del partido a principios de abril. Será el encargado de poner orden y redefinir el espacio del centro derecha, tras este espectacular desempate que ha supuesto una auténtica bendición para la extrema derecha.
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