Martine Willoquet, la novela de un ladrón

Nunca hay sorpresas en su horario de tendero jubilado. Casi todas las mañanas, Martine Cabanes sale perdida de su casa en medio del país de Berry para incorporarse, a pocos kilómetros, al ambiente cargado de tabaco seco de La Croix blanche, un antiguo bar del pueblo de Saint-Août. Antes de una taza de café, le gusta pasar tiempo con Christine, la casera. Ella le habla de las historias del campo, un poco de sus preocupaciones ya veces de sus sueños.

El resto del tiempo, principalmente se asegura de ser abuela. Su rutina se fusiona con la de Maï-Lan, su nieta de 9 años. La recoge de la escuela en Ardentes, un pueblo cercano, y supervisa su tarea hasta que su padre llega del trabajo.

Finalmente, los fines de semana, Martine Cabanes no suele hacer otra cosa que holgazanear en casa, en compañía de su marido. Mira televisión o alimenta su página de Facebook con aforismos. «Es mi pequeña vidaresúmelos. Debo admitir que nada de esto es muy alentador. » Martine Cabanes deja escapar un suspiro. Y de repente:

“Esta banalidad no tiene nada que ver con mi pasado. Cuando todavía era una aventura…”

Otra vida cuyo recuerdo le regresa violentamente de vez en cuando. Sin esperarlo, a veces siente fuertes dolores en la parte posterior del muslo y en las nalgas. “Como descargas eléctricas. » Tres pequeños trozos de plomo se esconden en su carne. Fragmentos de bala

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Reyes Godino

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